benedicite

Documentos y reflexiones de una cristiana

2004/09/12

Mi madre

Soy la pequeña de nueve hermanos...

Y me considero muy privilegiada de este hecho, evocando mi buena suerte.

El providencialismo de mi madre que a pesar de la brega y sufrimientos que le supuso la maternidad, luchando por la supervivencia en una vida pobre, le permitió aceptar con valentía las situaciones límite en las que llegó a encontrarse. Cuando alguien le hacía alguna observación sobre la cantidad de sus hijos, recuerdo su respuesta -los pequeños oyen todo... diciendo que "Dios envía a los hijos con un pan bajo el brazo". Esta frase cargada de buen humor y de confianza en Dios, quedaba en mi como un eco, y solo el tiempo me ha ido mostrando el sentido.

Ni que decir tiene: una manera de pensar diferente de mi buena madre hubiese tenido la consecuencia de que yo no estuviese escribiendo esto...

Era buena y siempre ha sido para mi el modelo de lo que es ser cristiano. Tenía una fe profunda, siempre se contentaba facilmente, aguantando los sufrimientos que siempre y a todos llegan, con una serenidad que le era posible probablemente por el hecho de que todo lo ponia en las "manos" de Dios. Se preocupaba por todos, poniendo cariño, y una de las cosas que más me han impresionado, cuando he estado en la edad de comprender lo que eso significa, era la ausencia tota en ella de críticas a la vida ajena.

No era nada tonta. Su educación de principios de siglo XX se redujo aprender a leer y escribir después de casada y a saber hacer cálculos mentalmente, de una complejidad que nos pasmaba y que no supe nunca como había aprendido. Le agradaba leer. Digo esto porque no pueda creerse que su ausencia de censuras al prójimo viniera de un ingenuo desconocimiento del mundo que la rodeaba. Recuerdo que sufria verdaderamente por alguna persona del vecindario que no llevaba una vida ejemplar e incluso que trató de dialogar para hacerle cambiar. Recuerdo que me pidió a mí, pequeñaja que no entendía nada de nada, que también yo rezara por la Sra. vecina, sin decirme el motivo, que tampoco no hubiese comprendido.

Incluso siendo expansiva y alegre nunca le ví persona de hacer mimos. Amaba a todos y cada unocon un corazón igual. Era la columna de toda la familia. Jamás la ví maquillada, pero era hermosa con sus grandes ojos y su cabello plateado por la edad, pues yo nací a sus 42 años. Vestida con gran sencillez, su cuerpo estaba ya gastado por tantos trabajos pasados. Su grande y único deseo, no pronunciado con palabras, pero evidente en sus actitudes habituales, fue que todos fuéramos personas de fe con el corazón puesto en Dios. Nunca le oí una palabras para estimularnos al éxito material en la vida. Nunca le oí perturbarnos para que estudiáramos y llegaramos a ser unos personajes en el mundo. El estudio dependía totalmente de nuestro libre albedrío y nuestra propia afición ¡Cómo me habría gustado tenerla como amiga en mi edad adulta! No hubo tiempo, justo con mis diecinueve años cumplidos nos quedamos sin ella, que se marchó a ejercer su maternidad de manera distinta, a guardarnos desde Dios.

Y no sé como, pasados muchos años, mis hermanos y hermanas que parecían indiferentes a su persona, he sabido que le piden ayuda en sus problemas de toda clase como a santa de altar. No se esconden de declarar la santidad de nuestra madre... ¡Y yo que creia que solo lo sabía yo!

Ciertamente no todos los hijos salimos creyentes. Pero debo reconocer que los dos que se separaron temporalmente de la vida de la Iglesia, eran profundamente bondadosos, y uno de ellos, con suficiente espíritu crítico, pero también profundamente eclesial, ahora es de las personas más activas de su parroquia.... El otro espero que ya estará en el Cielo.... Sobre él supimos que en sus ultimos días mantuvo conversaciones sobre S. Agustín y otros temas similares con alguna persona amiga. Solo Dios sabe lo que hay en cada uno de nosotros....

Bendita sea la fe que me transmitió mi madre, más con hechos que con palabras. Bendita sea su sencillez y pobreza; bendita sea, su fe y su paciencia, su visión de todo acontecimiento en la total confianza en Dios.




2004/09/10

El pobre y humilde de corazón

He traído aquí este fragmento de la lectura de hoy

Dichosos los pobres en el espíritu


No puede dudarse de que los pobres consiguen con más facilidad que los ricos el don de la humildad, ya que los pobres, en su indigencia, se familiarizan fácilmente con la mansedumbre y, en cambio, los ricos se habitúan fácilmente a la soberbia. Sin embargo, no faltan tampoco ricos adornados de esta humildad y que de tal modo usan de sus riquezas que no se ensoberbecen con ellas, sino que se sirven más bien de ellas para obras de caridad, considerando que su mejor ganancia es emplear los bienes que poseen en aliviar la miseria de sus prójimos.

El don de esta pobreza se da, pues, en toda clase de hombres y en todas las condiciones en las que el hombre puede vivir, pues pueden ser iguales por el deseo incluso aquellos que por la fortuna son desiguales, y poco importan las diferencias en los bienes terrenos si hay igualdad en las riquezas del espíritu. Bienaventurada es, pues aquella pobreza que no se siente cautivada por el amor de bienes terrenos ni pone su ambición en acrecentar la riquezas de este mundo, sino que desea más bien los bienes del cielo.

Después del Señor, los apóstoles fueron los primeros que nos dieron ejemplo de esta magnánima pobreza, pues, al oír la voz del divino Maestro, dejando absolutamente todas las cosas, en un momento pasaron de pescadores de peces a pescadores de hombres y lograron, además, que muchos otros, imitando su fe, siguieran esta misma senda. En efecto, muchos de los primeros hijos de la Iglesia, al convertirse a la fe, no teniendo más que un solo corazón y una sola alma, dejaron sus bienes y posesiones y, abrazando la pobreza, se enriquecieron con bienes eternos y encontraban su alegría en seguir las enseñanzas de los apóstoles, no poseyendo nada en este mundo y teniéndolo todo en Cristo.
De San León Magno
Sermón sobre las bienaventuranzas 95,2


Me ha acordado de una persona muy querida. Una mujer que tuve la alegría de conocer y disfrutar de su amistad. Se llamaba Misue Nakashima. Esposa y madre de familia, aunaba la más dulce y humilde delicadeza con la energía y la pasión de un fuego luminoso. Estaba profundamente enamorada de Dios. La simple evocación de Jesús, le llenaba los ojos de luz y alegría. Su gran bondad no le impedía un sano realismo unido a un gran amor a toda persona que llegara a ella.

Nunca la ví haciendo acepción de personas. Todas le eran igualmente respetables y estimadas. La criada, el taxita o el Obispo, todos le eran importantes porque los contemplaba desde la mirada de Dios mismo.

Esposa de un ejecutivo, nunca la ví envanecerse por su posición social o por sus cualidades humanas. Siempre dispuesta a ayudar a quien lo necesitase con todos los medios a su alcance y con una sencillez fraternal. El dinero no era retenido por sus manos. Me conmovió el día que me entrego para la construcción de una pequeña ermita a la Virgen, todos los ahorros que guardaba para la boda futura de su hija. Cuando la joven entró en la vida religiosa, no consideró necesario retenerlos. Cumplía ella perfectamente esta palabra de S. León:


Sin embargo, no faltan tampoco ricos adornados de esta humildad y que de tal modo usan de sus riquezas que no se ensoberbecen con ellas, sino que se sirven más bien de ellas para obras de caridad, considerando que su mejor ganancia es emplear los bienes que poseen en aliviar la miseria de sus prójimos.

Bienaventurada fue ella, y es ahora mas plenamente bienaventurada en el Cielo:

Bienaventurada es, pues aquella pobreza que no se siente cautivada por el amor de bienes terrenos ni pone su ambición en acrecentar la riquezas de este mundo, sino que desea más bien los bienes del cielo.


En sus últimos tiempos no quiso calmantes para su frágil cuerpo que se iba consumiendo en una dificil enfermedad cardiorespiratoria, "para poder participar un poco en los sufrimientos de Jesús y ofrecerlos para la salvación de l humanidad". Nos dejó a todos el aroma de un amor profundo, una dulce maternidad hacia todos cuantos la conocían, con la sencillez de una niña, con la sinceridad del que no tiene nada a temer ni a perder porque ya lo posee todo en el Amor, con la alegría de vivir en la gracia de Dios, y "gracia sobre gracia". Su familia y sus muchísimos amigos tnemos una amiga intercesora en el Cielo

2004/09/08

Poesía

En los foros de oración de Javier he encontrado una bella poesía. Me he dado cuenta que la inevitable sobreocupación de nuestro tiempo, me ha mantenido largo tiempo sin leer poesías.

Al leer estas palabras engarzadas de belleza, he recordado que la poesia es también una pausa para permitir al corazón respirar con su propio ritmo, como ese fragmento de la Escritura que nos recoloca de nuevo... como el canto de un salmo, saboreando la Luz...

¡VÍSTEME, SEÑOR, PARA LAS BODAS!
(Mt 22,1-14; Jn 3,5; 1 Co 10;1-6; 11,23-26;
Lv 20,26; Ro 12,1; Ap 22,1; etc.)
Por Emma-Margarita R. A.-Valdés


Venciste mi tormenta
con relámpagos de aguas luminosas
y me hiciste heredera de tu reino.
Testamento de espigas
en mis áridas tierras despobladas.
La voz del infinito,
oculta en las estelas del secreto,
me reveló el futuro que mana de la roca:
cantaré amaneceres en los pinos,
tendré enjambres de miel con aroma de albahaca
y adornarán mi pecho
ramilletes de soles verticales.

Las ráfagas de umbría
en mi éxodo febril hacia la noche,
me izaron sobre efímeras espumas,
amargos barrizales secaron mi corriente.
Fui visión de ciprés en la aurora fugaz.
Y rompí el plan sagrado
por viejas cicatrices de mi arcilla.
Pero hoy brilla tu alcorce en las cañadas
llamándome a esponsales.

¡Vísteme de inocencia
para el blanco banquete de tus bodas!.
Me acercaré a tu pórtico e invocaré tu nombre;
mi humilde golondrina perdida en el paisaje
volará con tus alas de paloma;
recordaré tu tiempo sobre el altar del mundo,
me enlazaré en tus brazos extendidos;
creceré espiga fértil de tu siembra;
a la tercera copa brindaré
con el mágico zumo de tu vid;
proclamaré la gloria de tu eterno banquete.

Maduran las semillas
con el agua cautiva de tu amor,
líquida arquitectura de templos sumergidos
desde el día angular de barro y piedra.
Esplenden las fontanas
que confirman tus dones inmutables,
y un éxtasis que fluye hacia el mar vespertino
me anuncia un despertar de ríos vagabundos.

Si me invitas, Rey mío,
y revistes de níveas azucenas
mi tallo descarnado,
cantaré amaneceres en los pinos,
tendré enjambres de miel con aroma de albahaca
y adornarán mi pecho
ramilletes de soles verticales.

Emma-Margarita R. A.-Valdés
(Del libro "Versos de amor y gloria".
Biblioteca de Autores Cristianos. BAC)

2004/09/04

Unos instantes con Teilhard de Chardin

Lo he encontrado en la web enpaz.com y me ha traido los recuerdos de mis viejas lecturas de este gran teólogo poeta y científico jusuita francés que es Teilhard de Chardin

Adora y confía

- Publicado el Martes, 21 de Enero del 2003 por gremi
- Colaboración de Anónimo

No te inquietes por las dificultades de la vida,
por sus altibajos, por sus decepciones,
por su porvenir más o menos sombrío.
Quiere lo que Dios quiere.

Ofrécele en medio de inquietudes y dificultades
el sacrificio de tu alma sencilla que, pese a todo,
acepta los designios de su providencia.


Poco importa que te consideres un frustrado
si Dios te considera plenamente realizado;
a su gusto.
Piérdete confiado ciegamente en ese Dios
que te quiere para sí.
Y que llegará hasta ti, aunque jamás le veas.

Piensa que estás en sus manos,
tanto más fuertemente cogido,
cuanto más decaído y triste te encuentres.

Vive feliz. Te lo suplico.
Vive en paz.
Que nada te altere.
Que nada sea capaz de quitarte tu paz.
Ni la fatiga psíquica. Ni tus fallos morales.
Haz que brote, y conserva siempre sobre tu rostro
una dulce sonrisa, reflejo de la que el Señor
continuamente te dirige.

Y en el fondo de tu alma coloca, antes que nada,
como fuente de energía y criterio de verdad,
todo aquello que te llene de la paz de Dios.

Recuerda:
cuanto te reprima e inquiete es falso.
Te lo aseguro en nombre de las leyes de la vida
y de las promesas de Dios.
Por eso, cuando te sientas
apesadumbrado,
triste,
adora y confía...

P. TEILHARD DE CHARDIN